Hélène en la pista (I)

Imagen de Josep Fonti

Un impulso rápido y fugaz te mueve a entrar en una tienda de antigüedades, a mirar. Curioseas sin mucho interés hasta que algo llama tu atención: una postal. Fue escrita en 1997 por un tal Grégory, y dice así:

Me llamo Grégory y vivo en Montélimar. Como fuiste la primera en la pista, te envío esta carta. 

Recuerdos

Grégory

La carta, como dice él (aunque en realidad es una postal), va dirigida a Hélène Lornnes, una mujer (supones) que vive en el 24 de la Rue de Trois Frères, donde tú estás ahora, precisamente.

En Paris, para entrar en la mayoría de edificios, no hay timbre en la puerta de entrada. Hay un código (de cuatro o cinco cifras, normalmente), y tú, el de este edificio, no lo sabes. Para suerte tuya, una mujer llega pocos minutos después y abre. Tú entras detrás e, inmediatamente, te encaras a los buzones. Uno a uno, lees los nombres: Richard Swiech, Fialkovsky, Rémi Prebot, Annie y Lucienne, Silvi etc... Cuando terminas, empiezas a leerlos de nuevo, esta vez, con más atención. Luego, estás pensado en Hélène con la mirada clavada en los buzones cuando entra otra mujer. Es Hélène, te imaginas, y mientras ella espera a alguien apoyada en la puerta, os miráis: ella con cara de "¿Qué está usted haciendo aquí?" y tú de "No lo quiera usted saber...".  Ese alguien es un señor de pelo blanco y voz grave que, tras un bonsoir acompañado de una discreta sonrisa, se lleva a la mujer pasillo adentro para, finalmente, girar a la izquierda y desaparecer.

La puerta y los buzones son azules, y las baldosas del suelo parecen ladrillos de pared. Las voces suben y bajan por las escaleras, y la luz, una luz fría y poco agradable, se apaga cada tres minutos.

De repente, el llanto de un bebé estalla en alguna parte. Tú, abres la puerta y sales del edificio. ¿Donde estás Hélène? piensas, mientras te alejas pensativo, por una acera sucia y gris.

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