Producto nacional

Hace unos dos meses le compramos unas zapatillas al niño, que a punto de cumplir 12 años ya no es tan niño, y tiene más cuerpo que yo y pronto será más alto que yo, que no soy demasiado alto ni tengo demasiado cuerpo. Y las suelas de las zapatillas ya tienen más agujeros que un queso gruyere, que nunca he comido, o que un queso emmental, que sí he comido y está muy bueno. Y estamos aquí, en la zapatería de la esquina que tiene oferta 2x1 a ver si nos arreglamos con mucho y por poco.
Pero el niño, que ya no es tan niño, se manifiesta tween, como dicen ahora los gringos, o entrando en la edad del pavo, que no sé si todavía se dice aquí. Y lo del 2x1 no nos va a aprovechar porque al niño no le gustan las zapatillas que hay, aunque unas tienen muy buena suela y mientras me las miro con resignación le digo a mi amigo que me llama por el móvil que le estamos comprando unas zapatillas al grande, que mañana se va de excursión a Montserrat y tiene las zapatillas llenas de agujeros como un queso de agujeros y necesita unas nuevas y que tengo que hablar con la dependienta y le llamo en diez minutos. Y le digo a la dependienta, ladeando la cara para que mi hijo no me oiga, que el niño ya está entrando en la adolescencia y se lo tiene que pensar y además –pero esto no se lo digo- a mí tampoco me acaba de convencer, porque el trato era muy bueno, 2x1 y una con una suela muy dura por 36 euros, pero los únicos números que le quedan son del 39 para abajo, y le van a quedar pequeñas antes de que pueda llenarlas de agujeros, o quizá no, pues quien sabe de qué es capaz. Y que por sí él, que por sí yo salimos de la zapatería dejando a una desolada dependienta con cara de no está la cosa como para que se escape un cliente. Y digo: “vamos a la zapatería de la otra esquina”.
Así que aquí estamos, que no es tan lejos, justo en la otra esquina. Y tienen más zapatillas de su talla, y es que en la primera se especializan en niños y, como mucho, llegan al 40, pero no en todos los modelos. El niño me dice que cuáles me gustan y yo le digo que cuáles le gustan a él, que son para él, y me señala unas blancas. “Ya sabes que tu madre no quiere que sean blancas –le digo-, que se ensucian más”. Y le digo al zapatero, que no será zapatero sino vendedor de zapatos y familia: “¿tienes algo de este estilo pero en otro color y del 40?" (El niño calza un 39 pero pienso: “a ver si le duran un poco más”). Y mientras el jefe va a buscar a la trastienda el niño me dice: “mira esas Adidas”. “No son Adidas”, le digo, y no lo son aunque tienen bandas blancas a cada lado.
El jefe vuelve con unas zapatillas negras, retro, que me gustan bastante, y dice: “pone el 41 pero es porque es la talla europea, es como el 40 de aquí”. El niño se las prueba y dice que no le cogen bien el pie y se vuelve a mirar las Adidas que no son Adidas y no le importa tanto que no sean Adidas porque si una cosa tenemos es que nunca hemos sido marquistas aunque las zapatillas agujereadas que lleva ahora, que sólo le han durado 2 meses, son John Smith. Y se prueba las Adidas que no son Adidas, mientras yo me miro las de estilo retro que me gustaría que le gustaran, y dice que le van perfectas y el zapatero que no es zapatero dice que, claro, las otras eran del 41, y yo me quedo pensando que había dicho que era un 41 europeo pero como un 40 de aquí. Y también pienso que no somos marquistas pero a mi hijo le gustan unas Adidas que no son Adidas y que cuánto costarán. Y por fin digo que lo que me importa es que duren un poco de tiempo porque las que lleva ahora, que compramos hace sólo 2 meses, tienen las suelas llenas de agujeros, aunque son John Smith, que se supone que es una buena marca. Y el zapatero, que aunque no sea zapatero tiene que entender de zapatos y zapatillas, dice que ahora todas esas marcas fabrican en China para ahorrar costes, pero hacen productos malos que no duran nada, pero que él trabaja desde hace muchos años con la marca que vamos a comprar y que son de calidad, fabricadas en España, un producto nacional.
Y yo, aunque soy escéptico por naturaleza, me acuerdo de que hace unos 3 años le compré las sandalias que ahora mismo llevo y me convierto en un poco menos escéptico y así le digo: “me parece que hace 3 años te compré estas sandalias”. Y dice: “sí, es un modelo que hemos vendido aquí. Mira, ahora tenemos estas sandalias de piel, comodísimas, buenísimas, pero valen… 52 euros”. Y yo, que me las miro y me parecen muy guapas, le digo: “bueno, a ver si sale alguna chapuza, porque estamos como cuando se trabajaba a jornal, a ver lo que sale para poder tirar adelante”.