Un gato de muerte

Un gato gris es peinado por una anciana mientras toma el sol, relamiéndose, encima de una tumba. La anciana habla, él ronronea. Es un gato sucio y siniestro, y el peine es negro. Son las cuatro y veinte de la tarde y el hombre que descansa en paz ahí debajo murió hace mucho tiempo.
Cuando mi presencia le empieza a pesar, la anciana me pregunta si tengo algún ser querido enterrado aquí, en el cementerio de Montmartre.
- No –contesto-, solo estoy mirando las flores –y al instante quedo hipnotizado por el cuchichear del gato que, con los ojos entreabiertos y la cola ondeando, disfruta del buen tiempo.
- ¿Es de usted? –me atrevo a preguntar.
- No, no es mío, es un gato abandonado. La gente los viene a abandonar aquí.
- Ah... de acuerdo –digo, mirándole a la cara; una cara hinchada y escondida por cabellos grises y blancos, mal recogidos.
De repente, un par de gritos de pájaro, inconfundibles, llegan desde arriba, de entre los árboles.
- Cuervos –señala ella.
- Normalmente... –respondo, sin acabar la frase porque no hace falta.
Minutos después, la anciana se va, despidiéndose del gato con un “hasta pronto” muy humano. El felino, de ojos verdes y bigotes largos, se incorpora y pasea tranquilo, atravesando sombras duras y angulosas. En la tierra, seca y polvorienta, no crece nada, ni una triste hierba. Solo los árboles, los ramos de flores, y algún que otro turista perdido, dan un poco de vida a este lugar saturado de muerte.
Entre las tumbas más oscuras, el aire es fresco y húmedo. Otras, pintadas por la intensa luz del sol, dan calor y el gato lo sabe. La tumba que ha escogido esta vez es de mármol negro, muy bien pulido, donde las nubes se reflejan y el sol brilla, como una lágrima. No hay flores, solo una inscripción:
Tu recuerdo
estará para siempre
guardado en
nuestros corazones
Y el gato, ya duerme.