Un gato de muerte

Imagen de Josep Fonti

Un gato gris es peinado por una anciana mientras toma el sol, relamiéndose, encima de una tumba. La anciana habla, él ronronea. Es un gato sucio y siniestro, y el peine es negro. Son las cuatro y veinte de la tarde y el hombre que descansa en paz ahí debajo murió hace mucho tiempo.

 Cuando mi presencia le empieza a pesar, la anciana me pregunta si tengo algún ser querido enterrado aquí, en el cementerio de Montmartre.

- No –contesto-, solo estoy mirando las flores –y al instante quedo hipnotizado por el cuchichear del gato que, con los ojos entreabiertos y la cola ondeando, disfruta del buen tiempo.

- ¿Es de usted? –me atrevo a preguntar.

- No, no es mío, es un gato abandonado. La gente los viene a abandonar aquí.

- Ah... de acuerdo –digo, mirándole a la cara; una cara hinchada y escondida por cabellos grises y blancos, mal recogidos.

De repente, un par de gritos de pájaro, inconfundibles, llegan desde arriba, de entre los árboles.

- Cuervos –señala ella.

- Normalmente... –respondo, sin acabar la frase porque  no hace falta.

Minutos después, la anciana se va, despidiéndose del gato con un “hasta pronto” muy humano. El felino, de ojos verdes y bigotes largos, se incorpora y pasea tranquilo, atravesando sombras duras y angulosas. En la tierra, seca y polvorienta, no crece nada, ni una triste hierba. Solo los árboles, los ramos de flores, y algún que otro turista perdido, dan un poco de vida a este lugar saturado de muerte.

Entre las tumbas más oscuras, el aire es fresco y húmedo. Otras, pintadas por la intensa luz del sol, dan calor y el gato lo sabe. La tumba que ha escogido esta vez es de mármol negro, muy bien pulido, donde las nubes se reflejan y el sol brilla, como una lágrima. No hay flores, solo una inscripción:

 

Tu recuerdo

estará para siempre

guardado en

nuestros corazones

 

 

Y el gato, ya duerme.

 

 


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