Dado que tenía que ir a Londres de visita turística, me dispuse a comprobar mi nivel de inglés quedando con mi amigo Edu, también conocido como el Shakespeare de Orriols. A las primeras de cambio y para evitarse un inclemente interrogatorio gramatical, me pregunta si he pasado ya el “Bowie test”. Mi respuesta es clara: ¿qué demonios es el Bowie test?
Desde que murió mi padre veo fantasmas. A él, para ser exactos. No lo veo en todo momento, para alivio de mi mente. Básicamente se me aparece cuando las circunstancias de la vida me ponen en un aprieto. Mi padre siempre destacó por poseer una acusada personalidad, con ideas insobornables y una dirección vital muy definida. A su lado, soy una mala copia, lleno de complejos e inseguridades.
Esta mañana, por un reportaje que estoy escribiendo, he buscado en Google la palabra “peripatético” y he sabido que eran los paseos que daban alrededor de un patio los discípulos de Aristóteles. Por lo general, se trataba de dar vueltas en círculo por el “Liceo”, un gimnasio público al noreste de Atenas en el que se dialogaba y se enseñaba cara a cara.
En un rincón de la plaza que hay en frente del Centro Georges Pompidou, en Paris, un mendigo hunde la mano en una bolsa de plástico blanca, llena de migas de pan. Segundos después, como una explosión de aplausos, unas doscientas palomas (más o menos... ¿cómo contarlas?) alzan el vuelo como movidas por un viento huracanado. En el aire, son pinceladas de blanco, negro y gris; borrosas y ruidosas manchas de vida.
Enviado por Ana Montserrat en Mar, 08/21/2012 - 02:21
Ingredientes: Dos kilos de tomates maduros bien buenos (sólo se pueden conseguir en verano y en el pueblo), una cebolla, doscientos gramos de azúcar, trescientos mililitros de vinagre de vino blanco, una guindilla, tres clavos de olor, una cucharada de miel, un puñadito de pimienta negra en grano y una cucharada sopera de genjibre fresco rallado (media si es en polvo). También se le puede añadir una manzana pelada.
Un impulso rápido y fugaz te mueve a entrar en una tienda de antigüedades, a mirar. Curioseas sin mucho interés hasta que algo llama tu atención: una postal. Fue escrita en 1997 por un tal Grégory, y dice así:
“Me llamo Grégory y vivo en Montélimar. Como fuiste la primera en la pista, te envío esta carta.