La flauta no mágica

Imagen de Joe Casarrubios

Martina es zurda desde que nació. ¿Desventajas? Tendría que subcontratar una nueva web para enumerarlas. Me centraré en la última adquisición: la flauta.

De los creadores del gran éxito “Cómo cortar un papel con tijeras” y de la superproducción “Utilice un abrelatas sin problemas” llega ahora “Intenta tocar la flauta siendo zurdo”. Estas películas, desconocidas para el prepotente mundo diestro, constituyen el día a día de las personas que tienen tendencia natural a servirse preferentemente de la mano y del lado izquierdos del cuerpo, que es como el aséptico diccionario de la RAE califica a estos pobres infelices. Yo he visto como la madre de Martina se lamentaba sin consuelo pensando que su hija estaba aquejada de un extraño mal anatómico que le impedía recortar un simple monigote con las tijeras que llevaba en el estuche. No fue hasta que cruzamos al lado oscuro del lobby diestro cuando nos percatamos de que para un zurdo es imposible manejar determinados objetos diseñados exclusivamente para usar con la mano derecha.

Lo último, la flauta. Por no se sabe qué extraña tradición, los niños de 8 años están obligados a aprender en el colegio a tocarla. Imagino que será por la facilidad de transporte, porque yo, inoculado también en su día por este virus flautista, no he vivido ningún momento desde que aprendí a tocarla en que haya necesitado de tan magro conocimiento, si exceptuamos la comprensión del famoso cuento de los hermanos Grimm.

Cuando Martina comenzó su andadura en el traumático mundo de la música de viento, sonaban más pitos que notas. Los ensayos en casa suponían un verdadero desafío sonoro, tanto para la actuante como para su reducido público (padre y madre). Parece ser que en clase la cosa no iba mucho mejor, a tenor de la torturada cara con la que salía el profesor. Mis ínfulas filosóficas de medio pelo facilitaron el diagnóstico: “Martina padece miedo escénico”. No me costó atribuir al nerviosismo el desacierto continuado de mi hija. Le preguntaba a cada rato: “¿Martina, guapa, por qué te pones nerviosa cuando tocas?”. La niña, solemne, contestaba cada vez: “papi, estoy supertranquila”. Y así día tras día, ella pancha repancha, los pitos cada vez más sobresalientes y yo buscando en herbolarios las flores de Bach adecuadas para el control de los nervios en los niños.

Una vez más la madre vino a rescatar al padre cuando apareció por casa con un objeto tan desconocido para el común hombre masa como el acelerador de partículas: la flauta para zurdos. Desde entonces Martina sopla a diestro y siniestro sin un solo desatino y por fin puede situar adecuadamente sus finos dedos sobre los correspondientes agujeros de la flauta. El vecindario descansa, la madre descansa y el profesor de música descansa. El único que permanece inquieto soy yo, alegre por el triunfo de la niña pero algo pesaroso por no haber podido imponer mi desahogada visión de los hechos.

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