La vie en noir

Imagen de Josep Fonti

Empiezo: 

- Es una fotografía en vertical. En blanco y negro. Se ve una calle. Bueno, supongo que es la calle... Hay una acera, y en un primer plano se puede ver una parte de la carretera.

- ¿Y el título? –pregunta Nejla. Esta es siempre la primera pregunta.

- La vie en rose, año 1948. Debe ser tarde, o un día nublado, porque la luz es muy suave y difusa. El cielo no se ve. Encima de la acera hay una cola de unas 20 personas.

- ¿Y donde van?, ¿Entran? ¿Salen?

- Diría que están entrando. Hacen cola de derecha a izquierda, hacia una entrada que se ve en el límite izquierdo de la imagen. Hay más o menos el mismo número de mujeres que de hombres. La mayoría de ellas llevan abrigo. Algunas llevan medias. Hay una que lleva un bolso colgando del hombro, y otra un abrigo de piel. De toda la gente que se puede ver, solo una persona mira a cámara. Es una mujer. La mitad de su cara y cuerpo están ocultos tras un hombre calvo, o con muy poco pelo. La mujer mira extrañada, curiosa, hacía el objetivo. Lleva el pelo recogido, y un sombrero.

-  ¿El pelo cómo lo lleva recogido?

- Hacia atrás. La frente descubierta, como tú –como Nejla-. El pelo le llega a los hombros, donde es ondulado.

Silencio. Una pausa. La fotografía se ha ido desnudando poco a poco, y Nejla la ha ido vistiendo en su imaginación. Recorremos la exposición (Brassaï: Pour l'amour de Paris) a una velocidad de 3 imágenes por hora, de media. No hay que dejarse ningún rincón vacío, sin describir; el encuadre, la composición, las distancias, la perspectiva (lo más difícil), la luz; las expresiones de la cara en caso de que haya personas, las texturas de las paredes, los árboles, las piedras; el cielo, si se ve (y si no se ve, decirlo también), etcétera. En definitiva, todo lo que pueda ser descrito en palabras (cuando no se encuentran y el silencio se alarga más de la cuenta, Nejla no tarda en volver a preguntar)

- ¿Qué forma tiene el sombrero?

- Es un sombrero como... entre un gorro y un sombrero. No es de copa. Es como de vaquero pero en pequeño. No sé... –y me callo porque no consigo describirlo. Mi francés no da para tanto y, además, Nejla no recuerda muchas formas de sombreros. Así que utilizo el último recurso, las manos, y dibujo el sombrero encima de su cabeza, repitiendo el gesto mientras ella palpa la forma en el aire.

Cuando logra imaginarlo, sigo.

- Detrás de la gente, y por encima de sus cabezas, hay un muro con un gran cartel. Este ocupa toda la mitad superior de la imagen. Parece que es el cartel de un film: La vie en rose. En el cartel se ve a un hombre y una mujer. Ella es rubia. Bueno, la foto es en blanco y negro, pero se puede imaginar que ese pelo es rubio... En todo caso, es un pelo claro, no oscuro. La mujer está a la derecha del hombre, en un plano más cercano –y entonces cojo a Nejla por los hombros, y poniéndome detrás de ella, le enseño la posición de esos dos personajes en el cartel-. La mujer lleva una americana blanca, muy abierta, cerrada un poco más arriba del ombligo. Debajo parece que no lleva nada.

- ¿Cómo...? ¿Se le ven los pechos?

- No, no, no se ve nada. Es una mujer muy guapa, elegante y segura de si misma, da la impresión. El hombre lleva una americana también, pero oscura, con una camisa blanca, o clara, debajo. Lleva corbata. Es un hombre atractivo, con el pelo oscuro peinado hacía atrás. Debe llevar gomina o ese producto que hace que el pelo brille. Y está sonriendo, más con los ojos que con la  boca.   

Nejla sonríe también, y saca el móvil del bolsillo.

- Más tarde me explicas qué es “sonreír con los ojos”. Ahora quiero que le hagas una foto.

Mientras trabajo el encuadre, discretamente, para que los vigilantes no se den cuenta, Nejla me dice que esta foto es su preferida. Cuando termino, le pregunto que para qué la quiere. 

- No sé... Para poder enseñarla o publicarla en Facebook.

Y sonrío pero Nejla no lo ve, porque Nejla no ve nada. Sus ojos dejaron de funcionar hace años. Aún así, es una chica con mucha vista. Sus amigos la llaman Neige (nieve, en francés), aunque siempre viste de negro porque, dice, es más fácil.

Se autodefine como "un dinosaurio", por estar atada a técnicas antiguas que ya nadie utiliza. Un ejemplo: el sorprendente artilugio para escribir braille del que se sirve desde hace más de veinte años.

- Volvamos –arranca ella-. Tu me señalabas que el chico sonríe con los ojos. ¿Quieres decir que no sonreímos siempre con los ojos?

- Mmm... Normalmente sí. Creo que no se puede sonreír sin que te sonrían los ojos. Bueno, si lo fuerzas si que se puede, pero entonces no es una verdadera sonrisa. En todo caso, es extraña, algo que solo parece ser posible en un dibujo.

Más tarde, entre descripción y descripción, Nejla me comenta que esta exposición le gusta mucho más que la de Sebastiao Salgado (“Génesis”), a la que fuimos hace unas semanas.

- No me gusta la naturaleza, me angustia. Tengo miedo de las bestias y de los lugares salvajes. La ciudad es tranquilizante; la selva es hostil, no hay nadie –y luego me cuenta que esa foto de la pata de una iguana, que fue la primera que imaginó, le llegó a dar miedo.

Y sigo:

- Alrededor de la pareja hay un arco hecho con flores, que parecen ser orquídeas... –y en ese momento quiero escribir. Mi voz desaparece, dando paso a un leve picoteo: el bolígrafo bailando sobre el papel.

- ¿Escribes?

- Sí... -digo, mientras veo como levanta las manos y busca en el aire, hasta toparse con la libreta y con mi mano- ¿Puedes saber lo que escribo solo con sentir los movimientos que hago? –pregunto después, aún y sabiendo que es una pregunta un poco absurda.

- No... Pero es divertido. Diría que estás haciendo garabatos.

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