Blog de Josep Fonti

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La vie en noir

Empiezo: 

- Es una fotografía en vertical. En blanco y negro. Se ve una calle. Bueno, supongo que es la calle... Hay una acera, y en un primer plano se puede ver una parte de la carretera.

- ¿Y el título? –pregunta Nejla. Esta es siempre la primera pregunta.

- La vie en rose, año 1948. Debe ser tarde, o un día nublado, porque la luz es muy suave y difusa. El cielo no se ve. Encima de la acera hay una cola de unas 20 personas.

- ¿Y donde van?, ¿Entran? ¿Salen?

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Ayer no

Ayer, estando en el metro, vi a una mujer, de unos 50 años, no muy atractiva pero interesante, y la estuve mirando y me dije, esta mujer es interesante, quizá debería acercarme y entablar conversación y preguntarle si aceptaría que le hiciese fotos algún día, un retrato, con luz natural y ella vestida igual que ahora, con la misma ropa y, a ser posible, la misma expresión. Pero...de pronto se levantó, y salió, y me dejó parado, plantado, pensando en que nunca cambiaré y que debería de haberme atrevido a hablar con ella.

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Escalera que alimenta

La escalera huele a estofado. Toda ella huele, y muy bien. Huele bien de arriba abajo. 

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Raviolis para despistar

Ella mira al frente. El paso de los años cuelga de sus mejillas.

Él está en la cocina, no muy lejos.

Ella sigue mirando al frente. Los ravioli, en el agua, como peces locos. La miro y se da cuenta.

- ¿Tú donde vives? –pregunta por quinta vez.

 - En Paris.

 - ¡Qué horror! –por quinta vez también.

Mi abuelo vuelve de la cocina. El ravioli, humeante, pinchado en un tenedor. La mano libre, debajo. El anillo de compromiso, soldado.

Mi abuela mastica: “Le queda un poco más”.

Virgilio, se llama mi abuelo, y los raivoli no saben nadar.

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Hélène en la pista (II)

- Hola, una pequeña pregunta... ¿Dónde puedo encontrar un listín telefónico? Uno con los teléfonos de la gente que vive aquí.

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Palomas Pompidou

En un rincón de la plaza que hay en frente del Centro Georges Pompidou, en Paris, un mendigo hunde la mano en una bolsa de plástico blanca, llena de migas de pan. Segundos después, como una explosión de aplausos, unas doscientas palomas (más o menos... ¿cómo contarlas?) alzan el vuelo como movidas por un viento huracanado. En el aire, son pinceladas de blanco, negro y gris; borrosas y ruidosas manchas de vida.

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Hélène en la pista (I)

Un impulso rápido y fugaz te mueve a entrar en una tienda de antigüedades, a mirar. Curioseas sin mucho interés hasta que algo llama tu atención: una postal. Fue escrita en 1997 por un tal Grégory, y dice así:

Me llamo Grégory y vivo en Montélimar. Como fuiste la primera en la pista, te envío esta carta. 

Recuerdos

Grégory

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Comer en tiempos de guerra

En el número 47 de la Rue Montcalm, quinto piso, primera puerta a la derecha, monsieur Le Saout me invita a comer hoy, domingo. Este hombre mayor, al que solo he visto peinado una sola vez, vive justo debajo de mi buhardilla. Vive solo, y cada semana me llama por teléfono (“soy el del sud”, es lo primero que dice), para que baje a echarle una mano con el ordenador, el wifi o simplemente para tener alguien con quién hablar.

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Un gato de muerte

Un gato gris es peinado por una anciana mientras toma el sol, relamiéndose, encima de una tumba. La anciana habla, él ronronea. Es un gato sucio y siniestro, y el peine es negro. Son las cuatro y veinte de la tarde y el hombre que descansa en paz ahí debajo murió hace mucho tiempo.

 Cuando mi presencia le empieza a pesar, la anciana me pregunta si tengo algún ser querido enterrado aquí, en el cementerio de Montmartre.

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Cincuenta segundos sin Mathilde

Te giras y ves a tu ex novia, a la que pusiste los cuernos hace tiempo, y a la que has venido a ver a este pueblo maldito plagado de recuerdos, con la esperanza de, precisamente eso, de verla, porque has estado pensando en ella cada día y cada noche desde que te dejó, y, aunque ella te dijo que había conocido a alguien, tu nunca te lo creíste hasta hace un segundo. Está con ese tío ahora mismo, cruzando el parking que tienes al otro lado de la calle.

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