Martina reiniciándose
Martina se despierta a las 8 en punto. Eso entre semana, para ir al colegio. Los sábados y domingos prefiere hacerlo a las 7. Sus padres se desesperan porque no pueden hacerle comprender la lógica de la situación: el sábado y el domingo no hay obligación de madrugar. Martina tiene nueve años y ni un solo día ha faltado a su cita de los fines de semana, siempre una hora antes que los días laborables. Cualquier sábado puede verse a su padre rezongando antes del amanecer mientras se trastabilla por el pasillo con los párpados pegados como si se hubiese aplicado medio kilo de silicona en los ojos…
“Pero Martina, cariño, ¿no ves que es de noche?”
“Sí papi, pero es que no encuentro a Po”.
Po es el muñeco con el que Martina duerme desde que tenía diez días. Es un teletubbie, y a estas alturas ya está algo desgastado, más bien roñoso. No se puede meter en la lavadora porque hace unos años sufrió un percance casi mortal: se cayó del tendedero. Martina se hizo el propósito de no volver a pasar por ese trance. Su madre se lo lava a escondidas, pero se guarda mucho de tenderlo al aire libre. Con un ejercicio de paracaidismo ya vale para toda la vida. Lola es la madre, todo amor con su hija. Mantienen una relación envidiable y siempre está cuando la necesita. Siempre, exceptuando los sábados y domingos a las siete de la mañana. Es entonces cuando de manera cariñosa codea al padre, que ronca más fuerte de lo admisible (por sobrepeso, es adicto a los hidratos de carbono) y de manera algo cacofónica dice: “Te llama la nena”. El padre explica que no comprende como profundamente dormida Lola distingue la p de la m: “juraría que te ha llamado a ti”. “No, no, ha dicho papi…” asegura la madre.
Los padres de Martina han renunciado a comprender con qué tipo de resorte electrónico puede estar equipado un muñeco de 20 cm. en apariencia de peluche para que invariablemente se caiga todos los sábados y domingos al suelo. El padre coqueteó con la posibilidad de pegarlo con cinta adhesiva a la muñeca de la niña, con el fin de ganar unas horas de descanso, pero el buen juicio de la madre le hizo desistir.
Martina no tiene un despertar excesivamente enérgico, más bien lo contrario. Lechegalletastele es el extraño vocablo que ha concebido para ponerse en marcha. Al proferirlo exige tres cosas de corrido, su tazón de leche, sus galletas chocolateadas y cómo no, Doraemon en la tele. De éste último se dice que en Japón han emitido más de treinta temporada, pero Martina debe tener mala suerte: llevan emitiendo el mismo capítulo durante todo el último año. O eso les parece a sus padres.
Su madre, todo optimismo, no deja de asegurar que llegará un día en que Martina decida dormir un poquito más. Su padre, que a estas alturas se ha hecho un escéptico de manual, asevera no creer que llegue ese momento mientras no deja de aplicarse disolvente en los ojos para despegarse los párpados, aún unidos por el madrugón.