Vietnam

Imagen de Iván Romero

Quedó con ella en la cafetería de la estación. Allá tomaron café y salieron a fumar. Se miraron un instante a los ojos. Él quiso besarla pero, en ese mismo instante, rompió el silencio. A ella no le interesaba en absoluto el contenido de la ruptura del silencio. Esperaba el beso. Pero él insistió en su discurso empresarial. Ella interrumpió la conexión de miradas para rascarse el esmalte de uñas. Miró al cielo. Lloverá. Pero eso a él no le importaba. No te preocupes, llevo paraguas. Y continuó hablando de lo mal que iba el negocio; ya no daba beneficios y se planteaba montar una planta en Vietnam. En Vietnam, ya. ¿Vietnam del Norte o Vietnam del Sur? Y sonrió. A él no le hizo ninguna gracia. A ella tampoco, pero quiso sonreír. Lo necesitaba. No hay Vietnam del Norte, ni del Sur. Sólo hay un Vietnam. Ella rió más fuerte. Él calló y miró al suelo. ¿Por qué Vietnam? Y él, porque sí. Y ella, porque sí no es ninguna razón. Ella le advirtió de que a su mujer no le haría ninguna gracia que se fuera a Vietnam. Él le dijo que ella ya lo sabía, que le había parecido una idea estupenda y que incluso había contratado a una niñera nueva para que pudiera salir de compras todos los viernes. Ella apuró el cigarro. Él sacó el teléfono móvil. Lo toqueteó mecánicamente, como por hacer algo. Ella se subió el cuello de la chaqueta. Hace frío. ¿Quieres mi bufanda? No, gracias, me tengo que ir. ¿Adónde vas? Quería oír esa pregunta. Ya no esperaba el beso. Sólo quería oír esa maldita pregunta. Voy a por tu hija. Son las cinco. Llego tarde. Guardó el teléfono. Se rascó la cabeza y se miraron un instante a los ojos. Él quiso besarla pero, en ese instante, ella rompió el silencio. Que te vaya bien, dijo. Sopló el viento y movió las hojas de los plataneros. Ya no eran plataneros, eran sonajeros como plataneros de grandes. Se aproximaron el uno al otro con la prudencia de los guerreros. Todo apuntaba a un beso pero sólo se rozaron. Ella metió el paquete de Marlboro en su bolso y se despidió tímidamente con la mano. Él la siguió con la mirada. ¿Necesitas algo? ¿Quieres dinero? Ella se detuvo en mitad de las escaleras del metro, sonrío y desapareció del mapa. El suelo se llenó de gotitas. Encendió otro pitillo. Más gotitas. Miró su reloj. Muchas más gotitas. Se ajustó la corbata, se enrolló la bufanda al cuello, abrió su paraguas, sacó su teléfono móvil y lo toqueteó. Como por hacer algo. 

 

 

 

Desarrollo web, diseño y mantenimiento: Toni Carpio - tc@tonicarpio.com - tonicarpio.com