Blog de Iván Romero

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Glories Place

Por la calle vi a alguien conocido que no quise saludar. Todo sigue su curso frenético y casi le cojo el gustillo a la plaza de les Glories. En el metro alguien canta What a wonderful world o algo parecido. Esta tarde vi a alguien. Lo conocía. Y no le quise saludar.

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Mala sombra

Un rincón de sol junto al mercado. Unos cuantos viejos sentados en un rebate. Busco el sol como un perrito callejero. Saco las manos de los bolsillos y las caliento con mi aliento. Miro a los viejetes. Ni un hueco donde sentarme. Ni un resquicio de sol sin ocupar en el improvisado asiento. Me lío un cigarrito y miro al sol. Estornudo. Siempre lo hago cuando miro al sol. Bajo la cabeza y me percato de mi sombra proyectada en el suelo. Larga. Interminable. Vuelvo a mirar a los viejetes. Uno de ellos lee un "20 Minutos".

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Sergio Dalma

Me llamaba Sergio Dalma. Decía que me parecía mucho a él. Eso fue antes de que perdiera definitivamente la vista. María tenía un glaucoma. Me encargaba de llevarla a rayos X, a radioterapia y a todos esos sitios llenos de máquinas, batas blancas y gafas de aumento. También yo llevaba bata. Era verano. El jefe se me acercó y me dijo muy educadamente que no podía hacerne un contrato, pero que no me preocupara, que el encargado de la ambulancia necesitaba un ayudante y yo era el más indicado para el puesto. Accedí.

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Ganchitos

El primer vagón de los trenes de cercanías tiene un faldón de chapa negro en la parte inferior que podría seccionarte la cabeza en menos de un segundo. Así. Tal cual. Rápido y seguro, sin margen de error. Sólo hace falta valor para depositar tu cuello en el raíl y esperar. Lo demás es un instante, un momento suspendido en el miedo. El crepitar de las vías, el silbido del tren en la noche, la luz de los focos como acusándote de algo. Y ya. Crujen huesos. Salpica la sangre en el cristal del maquinista y una cabeza rueda por el terraplén. Nada más.

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Ciencias naturales

Quería explicarle que hoy, en clase, la profe de ciencias naturales nos ha contado como los gusanos de seda se transforman en mariposas pero él estaba tan obcecado con la multa por mal aparcamiento que le acababan de poner, que al final fui al grano, le pedí los dos euros, me compré unos Phoskitos y desistí de hablar en toda la tarde. A cambio, y sin decir ni una sola palabra, como si fuera un acuerdo silencioso, él me correspondió con dos horas de videoconsola seguidas, sin interrupciones. ¿Deberes? Le dije.

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Vietnam

Quedó con ella en la cafetería de la estación. Allá tomaron café y salieron a fumar. Se miraron un instante a los ojos. Él quiso besarla pero, en ese mismo instante, rompió el silencio. A ella no le interesaba en absoluto el contenido de la ruptura del silencio. Esperaba el beso. Pero él insistió en su discurso empresarial. Ella interrumpió la conexión de miradas para rascarse el esmalte de uñas. Miró al cielo. Lloverá. Pero eso a él no le importaba. No te preocupes, llevo paraguas.

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