Imagen de Antonio Ortí

Guchi cumple cincuenta

Es nuestro mejor amigo y hoy cumple cincuenta años. Lo conozco desde que tenía veinte años, pero podría tener tropecientos y seguiría siendo amigo suyo. Juntos nos hemos reído en todas las posturas posibles y de los más diversos temas, empezando por nosotros mismos. Aunque es un genio y ejerce de tal, también es capaz de irse a trabajar con las pantuflas a cuadros de ir por casa, de tan despistado que es. Otro de sus rasgos distintivos es su generosidad sin límite, tanto económica como humana.

Imagen de Josep Fonti

Raviolis para despistar

Ella mira al frente. El paso de los años cuelga de sus mejillas.

Él está en la cocina, no muy lejos.

Ella sigue mirando al frente. Los ravioli, en el agua, como peces locos. La miro y se da cuenta.

- ¿Tú donde vives? –pregunta por quinta vez.

 - En Paris.

 - ¡Qué horror! –por quinta vez también.

Mi abuelo vuelve de la cocina. El ravioli, humeante, pinchado en un tenedor. La mano libre, debajo. El anillo de compromiso, soldado.

Mi abuela mastica: “Le queda un poco más”.

Virgilio, se llama mi abuelo, y los raivoli no saben nadar.

Imagen de Iván Romero

Mala sombra

Un rincón de sol junto al mercado. Unos cuantos viejos sentados en un rebate. Busco el sol como un perrito callejero. Saco las manos de los bolsillos y las caliento con mi aliento. Miro a los viejetes. Ni un hueco donde sentarme. Ni un resquicio de sol sin ocupar en el improvisado asiento. Me lío un cigarrito y miro al sol. Estornudo. Siempre lo hago cuando miro al sol. Bajo la cabeza y me percato de mi sombra proyectada en el suelo. Larga. Interminable. Vuelvo a mirar a los viejetes. Uno de ellos lee un "20 Minutos".

Imagen de Josep Sampere

Con dos cojones vacíos

Desea que le llamen sensei Kikoman. Lo sublime y lo ridículo zen: el maestro de la salsa de soja. Quiere que hablen de él en presente, ya que es el único tiempo habitable de verdad. No aprueba que le fotografíen: le asusta  dejar rastros que, al cabo de cien años, se podrían transformar en fantasmas. En un mundo superpoblado ya no hay sitio para las sombras.

Imagen de Iván Romero

Sergio Dalma

Me llamaba Sergio Dalma. Decía que me parecía mucho a él. Eso fue antes de que perdiera definitivamente la vista. María tenía un glaucoma. Me encargaba de llevarla a rayos X, a radioterapia y a todos esos sitios llenos de máquinas, batas blancas y gafas de aumento. También yo llevaba bata. Era verano. El jefe se me acercó y me dijo muy educadamente que no podía hacerne un contrato, pero que no me preocupara, que el encargado de la ambulancia necesitaba un ayudante y yo era el más indicado para el puesto. Accedí.

Imagen de Ana Montserrat

Cascos para el 2013

Ferrocarrils de la Generalitat. Entre Sarrià y Sant Cugat. Dos preadolescentes, uno rubio y otro moreno, conversan. 

- Yo voy a ser arquitecto o médico o algo así.

- Pues yo electricista.

- Hala ¿qué dices?

- ¿Qué pasa? Me gustan los cables.

- Pero ¿por qué no algo normal?

- No sé…

- Y qué, ¿también vas a fumar?

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