Ella mira al frente. El paso de los años cuelga de sus mejillas.
Él está en la cocina, no muy lejos.
Ella sigue mirando al frente. Los ravioli, en el agua, como peces locos. La miro y se da cuenta.
- ¿Tú donde vives? –pregunta por quinta vez.
- En Paris.
- ¡Qué horror! –por quinta vez también.
Mi abuelo vuelve de la cocina. El ravioli, humeante, pinchado en un tenedor. La mano libre, debajo. El anillo de compromiso, soldado.
Mi abuela mastica: “Le queda un poco más”.
Virgilio, se llama mi abuelo, y los raivoli no saben nadar.